martes, 16 de abril de 2024

LA BELLEZA

 Hermosa palabra que a todos nos seduce. ¿Dónde se halla? ¿Cómo buscarla? ¿Cómo apreciarla debidamente?

En el último número 719 de la revista Nuestro Tiempo, aparece una entrevista con la filósofa japonesa Yakiro Saito. Es una filósofa que conoce bien la historia de la filosofía, como puede verse en la entrevista. Señala que vive en una tradición distinta a la occidental, la sintoísta, que tiene una gran admiración por todo lo real, pequeño o grande. Creían que todo estaba animado, que había geniecillos, diosesillos, en cada cosa, y por tanto había que tratar con respeto toda lo real, con agradecimiento. Las cosas tenían su naturaleza y había que tratar con cuidado a cada una, según su modo de ser. Esto requiere capacidad para la admiración, para la contemplación. 

Como ha venido a España invitada por la Universidad de Navarra, quien la invitó le dio el texto en inglés de la llamada 'homilía del campus', pronunciada por el gran canciller san Josemaría Escrivá en 1967. En ella decía que había 'un algo santo, divino, que entre las cosas se encierra', y que nos toca a cada uno de nosotros descubrir, Era una llamada a la contemplación del trabajo, de la convivencia ordinaria, de la vida familiar. Hay una similitud, una continuidad muy interesante entre la filósofa y Escrivá. Nos vienen a decir que depende de nosotros, de nuestra capacidad y de nuestra voluntad de contemplar descubrirlo, el que sepamos apreciar lo que hacemos cada día, lo que tenemos entre manos y las personas con las que tratamos. 

Hace varios veranos, paseando por algunos lugares del Pirineo, tuve conversaciones con un arquitecto, preocupado por conocer un poco más qué era la belleza, que él buscaba y que tanto le atraía. Le decía  que así como hablamos del ser, de la verdad, del bien, no parece que tenga una entidad aparte la belleza. Es más bien el esplendor de la verdad, del bien, de todos los trascendentales reunidos. No era uno aparte, sino la reunión de todos ellos, porque ninguno se da solo. 

Habría que advertir que, además de los trascendentales metafísicos -ser, verdad, bien- hay unos trascendentales antropológicos, puestos en valor por el filósofo de Madrid Leonardo Polo Barrena. Estos trascendentales son el ser como coexistencia en libertad, el entender, el amar. Tanto unos como otros no se dan aislados, sino reunidos. Es, precisamente, su conjunción lo que hace que resplandezca en ellos la belleza. En algo complejo, fácil de entender pero, posiblemente, necesario de que sea explicado. Salvo que una persona este iniciada en este campo filosófico. 

Es bello el trajinar de una persona en la cocina, en la casa, preparando elementos que va a integrar algo, una comida, un adorno, una habitación limpia y ordenada. Es de apreciar el arreglo personal que va añadiendo elementos a su actividad, hasta dar como resultado a una persona bien compuesta, adornada con complementos útiles y bellos a la vez. Es de maravillar una conversación, una charla, una conferencia o una clase,  donde a partir de un inicio se nos va llevando a un final admirable. Lo mismo se puede decir de un viaje, de una excursión, en los que se ha elegido el lugar, los medios y, quizás a trancas y barrancas, se llega a un final muy cansado pero feliz. Todo tiene su belleza. 

Como la tiene la creación, su cronología evolutiva, la acción de la civilización y la cultura... siempre que no termine en un suicidio o en un conjunto de despropósitos, como ha ocurrido siempre en algunos lugares y también en nuestros días. 

A la belleza se llega por la contemplación. Es algo personal, subjetivo, que no todos ven o no ven con igual intensidad. No lo abarcamos todo. Siempre hemos de tener una ayuda de aquí abajo o de allí arriba, desde donde es más fácil mirar, comprender, valorar, En definitiva, contemplar es contemplar a Dios y sus obras.